
El lingüista que aprendió lo que sabe a la luz de la velas
Cristián Oyarzo acaba de publicar "Purranque", una novela "de no-ficción" basada en su vida en Oromo Forrahue, una comunidad asentada a la orilla de un río, en la que no había luz eléctrica ni agua potable.
Cada una de las escenas escritas en el primer libro de Cristián Oyarzo son como fogonazos de realidad: allí brilla la estructura del mapudungún y el humor como tabla de salvación. También el fútbol, la ternura, el amor y la rabia.
Oyarzo dice que no es escritor, que sólo "fue escribiendo crónicas breves en su Facebook entre los años 2014 y 2018". Su propósito inicial era entretener a sus amigos y contactos de esa red social. Sin embargo, a medida que se acumulaban sus crónicas se sumaron seguidores y posteos de aliento.
Tres amigos lo empujaron al libro: una puso todas las crónicas del Facebook en un solo archivo y otros dos los editaron.
"No he tenido una intención directa de convertirme en escritor, sino que sólo me he dejado guiar", confiesa Oyarzo, lingüista de la Universidad de Chile y profesor de castellano y mapudungún.
-Explíqueme esto: "La lengua mapuche es geométrica", "Es tan regular que parece planificada por alguien", "Es como sus tejidos".
-Eso es algo que dice el protagonista de la novela. Naturalmente es un recurso literario, una hipérbole, porque en cualquier lengua del mundo habitan de manera simultánea las tendencias a la regularidad y a la irregularidad, la regla y la excepción, la estabilidad y la inestabilidad. Sin embargo, la gramática mapuche, especialmente la morfología de su verbo, parece ser bastante más regular, estable y con menos excepciones que la de la lengua castellana. Parece hecha por alguien, como si hubiese sido concebida por un ente superior.
-¿De dónde salió toda esa vida en Purranque? ¿El padre del cigarro, la vida sin luz eléctrica?
-Purranque es una novela de autoficción, de modo que hay elementos que provienen de mi experiencia durante la infancia en la comunidad de Oromo a orillas del río Forrahue y también de mi vida actual en Santiago. Mi finado padre era de consumir mucho cigarrillo, fumaba Hilton me acuerdo, la visión de las brasas de su cigarro alumbrando en la oscuridad cada vez que le daba una pitada es un imagen recurrente en mi memoria. En la comunidad no había luz eléctrica nos iluminábamos con velas en las noches y tampoco había agua potable, obteníamos el agua de vertientes profundas y la trasladábamos en recipientes. Los caminos eran de tierra o de lastre pero tuve la fortuna de vivir junto a un río y una cancha de fútbol y alimentarme de frutos que daba la naturaleza.
-La vida del campo no es idílica.
-Intento representar un esfuerzo - el de mi padre- por sobreponerse a la naturaleza, a la sociedad y al tiempo que le tocó vivir, un esfuerzo muchas veces vano porque había una derrota anticipada. Creo en esos momentos la novela se vuelve oscura de modo que si hay algo de belleza ahí puede ser debido al tono trágico que adquiere la narración.
-Las personas emigran del sur a la gran ciudad ¿por qué?
-Me parece que el principal motivo es la necesidad de conseguir trabajo remunerado. En el contexto actual es muy difícil sobrevivir en el mundo rural en base a economía de subsistencia, más aún en tiempos de cambio climático y escasez de agua.
-¿Existe ahora una vuelta al origen? ¿Volver al sur?
-La idea del ciclo es muy potente en la cultura mapuche, así como hubo una ida, una partida, siempre está presente el propósito del regreso. Tengo amigos que han vivido por décadas acá en Santiago y que están siempre planeando la vuelta al lof, a la comunidad de origen.
-En tu libro luce Carolyn. ¿Cómo entraste en el mundo de las tinieblas? ¿Por qué la llevas en bicicleta?
-Carolyn es mi esposa y compañera. La conocí en la universidad. Ella es ciega, tiene muy baja visión de modo que no puede andar en bicicleta de manera autónoma. El tema de la bicicleta es algo hereditario, mi finado abuelo Chencho anduvo en bicicleta toda su vida en Purranque. Cuando empezamos a acompañarnos, Carolyn y yo decidimos tener una bicicleta tándem porque es una actividad que podíamos hacer de manera conjunta. A mí me gusta el fútbol de barrio y es mi espacio. A ella, la danza gitana y la danza terapia y es su espacio. La bicicleta es el espacio que nos une. Hemos recorrido mucha distancia en bicicleta lo que incluye un viaje al litoral central (Santiago - Las Cruces) ida y vuelta. Carolyn es lingüista con un doctorado en psicología, admiro esa valentía suya de ser ciega y adentrarse en el mundo de las letras, un mundo hecho a la medida de los que ven.
-Qué función crees que cumplen los sobrenombres en el sur de Chile: El tío Ocho Mil, Purranque, El Cabeza de Escoba.
-Los apodos en el sur profundo y tal vez en gran parte del mundo popular chileno son expresiones teñidas de afectividad. Son formas de referencia que muchas veces se acuñan en espacios y momentos muy íntimos, en contextos de cariño y relaciones cálidas. Siempre me ha llamado la atención que los brasileños conserven sus sobrenombres de la infancia, los jugadores de fútbol brasileños suelen mantener sus apodos y los llevan con orgullo por sobre sus nombres y apellidos reales. En el campo, todos nos conocíamos por nuestros apodos, muchos de ellos armados en base a la fonética y la organización silábica mapuche. Mi padre, por ejemplo, era don Machi, mi abuelo materno, don Chencho y mi tío materno, Ocho Mil.
-También los nombres: ¿por qué tu abuelita se cambiaría nombre y apellido?
-Tañi chuchu yem (mi finada abuela materna) era hija de madre soltera, su madre quedó embarazada mientras trabajaba puertas adentro en la casa de un chileno. No fue inscrita en el registro civil sino en una iglesia con el apellido Raymilla, el apellido materno. El hecho de no saber quién era su padre y el tener únicamente apellido mapuche representó, naturalmente, un problema para ella. Estamos hablando de una época con otra atmósfera cultural en Chile, la estigmatización hacia lo mapuche era mucho mayor a lo que se puede observar hoy en día. Mi abuela cuando fue mayor de edad se enteró que no estaba inscrita en el registro civil de modo que concurrió ella sola a inscribirse y cambió sus nombres y su apellido.
-¿Cada cuánto vuelves a tu origen?
-No voy de manera tan frecuente, ya no tenemos la tierra, ni tampoco existe la casa cerca del río. Suelo ir en feriados largos y en vacaciones más que nada para visitar a mi madre, que ahora vive en el pueblo de Purranque, cerca de la antigua estación de trenes que ya no funciona y a mis hermanas que migraron a Puerto Montt. Pero en el pewma (en el sueño) viajo muy seguido por las noches.
Cristián oyarzo nació en la comunidad oromo-forrahue y estudió en la u. de chile.
Por Andrea Lagos G.
archivo personal