El "abandono" de la directora de Unesco
La funcionaria francesa Audrey Azoulay visitó el Puerto casi de forma secreta, excluyendo a los medios de comunicación locales de la actividad.
Alertados por terceros, periodistas de este y otros medios de la zona acudieron el último jueves a cubrir la sorpresiva visita de la directora general de la Unesco, la exministra francesa de Cultura de Manuel Valls, Audrey Azoulay. Sorpresiva para nosotros, por cuanto ni la Municipalidad de Valparaíso, ni la flamante Corporación Municipal de Administración del Sitio Patrimonio Mundial, ni el Gobierno, ni nadie quisieron alertar a la prensa de nuestra Región. Según se nos explicaría más tarde, Unesco optó por el secretismo y dio acceso exclusivo a la visita a un medio nacional y a una agencia internacional. No fuera cosa de que los medios locales distorsionaran la noticia o escribieran lo que se les antojara. Ya sabemos cómo son estos provincianos.
El asunto es que a un periodista de El Mercurio de Valparaíso y a un reportero gráfico de la Agencia Uno se les impidió de muy mala forma el acceso al recorrido de la funcionaria por el casco histórico porteño (Plaza Echaurren y Mercado Puerto, específicamente) y se les conminó a no intentar fotografiar a la directora o, de lo contrario, se "cancelaría" la visita a la ciudad con el obvio perjuicio para los intereses locales, como valientemente amenazaron sus guardias de seguridad, los mismos que reaccionaron exageradamente con un mendigo que osó acercarse a su jefa.
Sin acceso de primera fuente a la noticia, simultáneamente en horas de la tarde llegó un cable de la citada agencia dando cuenta de que la directora general de Unesco hablaba derechamente de "abandono" al referirse a Valparaíso. La información fue replicada en los portales de todo el mundo y, de hecho, la primera noticia que este medio tuvo de las declaraciones de Azoulay, realizadas a menos de un kilómetro de nuestro edificio corporativo, las obtuvo del portal suizo de noticias Swissinfo (www.swissinfo.ch). Por la noche (21.52 horas de Chile), la agencia corrigió la información, eliminó convenientemente el término "abandono" y desde Comunicaciones de Unesco se pidió a nuestra Redacción revisar el artículo que se publicaría el viernes, por cuanto la directora jamás había hablado de ello y su sola publicación podía ser causa de un "incidente diplomático". Con la clara evidencia de que la agencia se había retractado, eliminamos el término "abandono", por cuanto no nos constaba.
Raya para la suma, y al día siguiente, nos enteramos de que al parecer la directora efectivamente nunca habló de "abandono", que ello habría sido un exceso de creatividad de su traductor, que no era otro que Ernesto Ottone, el mismo que solía arriscar la nariz cuando visitaba Valparaíso en su rol de ministro de Cultura, y que habría sido él el causante de la confusión, de la cual -insistimos, una vez más- nos enteramos por la prensa, por cuanto no fuimos convocados ni se nos permitió el acceso a fotografiar y a hablar con la directora de marras.
Dicho todo eso, y sin hacernos los ofendidos (quién puede estar para esas minucias a estas alturas del partido, más aún en esta ciudad), pero sí con una mezcla de aciaga tristeza y desoladora impotencia, no terminamos de entender por qué Valparaíso debe ceñirse a esta suerte de paternalismo centralista ("el reto del padre", lo llamaba ayer el exsubsecretario Emilio de la Cerda en un conversatorio sobre Patrimonio en el Duoc UC) y de colonizadora prepotencia para dictarnos lo que debe y no ser, o si podemos o no saber de primera fuente qué pretenden hacer con nuestra ciudad. Quizás así pueda entenderse mucho de esa rabia que cruza Valparaíso: la ciudad no es de todos, sino solo de unos pocos. Y nosotros, los porteños, no estamos invitados.