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LA TRIBUNA DEL LECTOR Los ríos ya no tienen fuerza

POR PATRICIO WINCKLER GREZ INGENIERÍA OCEÁNICA UNIVERSIDAD DE VALPARAÍSO / ASOCIACIÓN CHILENA DE INGENIERÍA DE PUERTOS Y COSTAS / CIGIDEN INGENIERÍA OCEÁNICA UNIVERSIDAD DE VALPARAÍSO / ASOCIACIÓN CHILENA DE INGENIERÍA DE PUERTOS Y COSTAS / CIGIDEN
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Cada generación tiene sus miedos. En tiempos de la Guerra Fría temíamos a la bomba atómica, ayer al covid y hoy al cambio climático. Esos miedos se fundan en riesgos potenciales que se desencadenan por razones a veces impredecibles, como la decisión de un mandatario de iniciar el bombardeo a la nación vecina. Mas este no es el caso del cambio climático, pues existe abundante evidencia que esboza cuáles serán las consecuencias sobre la ecología, las comunidades y la infraestructura.

Las proyecciones del Panel Intergubernamental del Cambio Climático indican que, a fines de siglo, la zona centro-sur de Chile experimentará una reducción en la precipitación de un 40%, destino similar que correrán el Mediterráneo y las costas occidentales de Sudáfrica, Australia y Centroamérica. En lugares como el Pacífico Ecuatorial, las riberas del Ártico y el Sahara, en contraste, la lluvia aumentará hasta en un 50%, desencadenando inundaciones cada vez más violentas. La reducción de las precipitaciones en la zona central de Chile, junto al aumento de la evaporación y al incremento del consumo de agua de los acuíferos no hará más que agudizar la crisis hídrica en terrenos otrora fértiles como los valles de Petorca, la Ligua y Aconcagua.

Junto a científicos locales, hace unas semanas recorrimos el río Aconcagua desde su desembocadura hasta el nacimiento, en la junta del río Juncal con el Colorado. Constatando un secreto a voces, observamos que el caudal en la cuenca alta tiende a desaparecer producto del uso intensivo de la agricultura y de los habitantes de los radios urbanos que avanzan implacablemente sobre el territorio. Aguas abajo del puente Colmo, el agua vuelve a aflorar y se junta con el mar, dando pie al humedal de su desembocadura. Analizando centenas de imágenes satelitales, hemos visto que en la década de los ochenta el Aconcagua rompía la barra de su desembocadura de manera muy frecuente, pero en los últimos años ello ya casi no ocurre producto de un caudal deprimido. La evidencia nos muestra que este fenómeno es también evidente en el Elqui, el Maipo y otros ríos de la zona central. A estas alturas, solo aspiramos ver agua en la cuenca baja del Aconcagua luego de lluvias intensas o durante deshielos, en circunstancias que años atrás el flujo era más o menos continuo. Y claro, ello alterará la ecología de estos cuerpos de formas que recién comentamos a avizorar.

En suma, producto del cambio climático los ríos de la zona central ya no son tan vigorosos como antes y están condenados a seguir dicha senda a medida que envejezcamos.

En las décadas que vienen, por otra parte, esperamos un aumento del nivel del mar y un incremento de las marejadas, y con ello un ingreso más frecuente de agua salada a los humedales costeros. Con ello, la napa de agua en los territorios bajos tenderá a aumentar en salinidad, alterando el ciclo natural de la flora y fauna contigua. Me atrevo a especular que si hoy vemos especies de agua dulce en estos cuerpos de agua, en el futuro tendremos una mayor afluencia de especies marinas. Pienso también que el sistema arenoso constituido por playas, dunas y desembocaduras tenderá gradualmente a elevarse con el mar, en la medida que no lo estrangulemos con proyectos inmobiliarios mal emplazados y dejemos que se adapte con sus tiempos.

El cambio climático es como una artrosis diagnosticada, una enfermedad degenerativa cuyo destino no es más que agudizar. En vista de la evidencia científica, creo prudente recurrir al principio precautorio, que sugiere tomar medidas hoy, aun cuando no contemos con toda la información de un futuro incierto. Tenemos entonces que cuidar estos ríos y restaurar los humedales, playas y campos dunares que subsisten en su conexión con el mar. La ley de humedales urbanos es un avance, pero no cubre extensos territorios que, lejos de los radios urbanos, se ven amenazados por una gestión costera deficiente.

La decisión de heredar una costa sana para nuestros descendientes es nuestra responsabilidad.