DERECHO A PATALEO
Pidieron disculpas, lamentaron lo ocurrido y dijeron que no los representaba, al estilo de la condena a la violencia "venga de donde venga" con el Puerto ardiendo a sus espaldas para el estallido social. Pero el daño ya estaba hecho. Solo es cosa de teclear Valpo o Valparaíso en Google para que el predictor algorítmico nos refriegue en la cara la cochinada que hicieron e incluso sugiera algunos de los detalles anatómicos involucrados. En tres minutos emporcaron la dignidad de toda una ciudad con siglos de historia.
La vida, bien lo sabemos, tampoco es justa. En algún tiempo más nadie se acordará de "Las Indetectables", de la concejala ñuñoína con pasado farandulero experta en metáforas, de aquel productorcillo de quinta categoría apodado "Nito" (quien, junto con culpar a la siempre pacata prensa de exagerar el episodio, intentó cobardemente escudarse detrás de que "el arte muchas veces nos desordena, es mal portado e irreverente"), ni de las ediles porteñas. Quizás, con un poco de mala suerte para él, salga de tarde en tarde el nombre de ese joven alcalde que jugó con una de las pocas cosas sagradas que nos quedaban. Pero lo más seguro es que tampoco le importe mucho.
Para qué vamos a andar con cuentos.
A Valparaíso lo asesinaron a sangre fría. Terminará siendo la ciudad donde se perdió el Apruebo o en la cual el Gobierno consiguió enterrar definitivamente a su Carlos Altamirano de Punta Arenas. Pero no mucho más que eso.
Al igual que la bandera, esta vez la ciudad también terminó siendo ultrajada.
Valparaíso, la ciudad ultrajada
Valparaíso, alguna vez el nombre de una ciudad capaz de generar amor, encanto y respeto, ha vuelto a los portales, periódicos y canales de TV del mundo entero. Esta vez, sin embargo, no es ni por su belleza, poesía o vanguardismo, tampoco por su arte, cerros o heroísmo, sino por el actuar de un puñado de irresponsables encabezados por el alcalde Jorge Sharp y su claque de asesores, integrada también por las alcaldesas de Villa Alemana y San Antonio, Javiera Toledo y Constanza Lizana, respectivamente, además de los concejales porteños Vladimir Valenzuela, Gilda Llorente y Carla Sánchez, y la exconvencional Tania Madriaga, quienes permitieron que un supuesto colectivo artístico de triste recorrido llevara a cabo un violento acto de corte sexual con una bandera chilena a vista y paciencia de los niños y familias convocados por el propio jefe comunal para que pasaran una tardecita simpática en la Plaza de la Victoria.