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"Estos libros son una oda a la pregunta rara en distintos ámbitos"

También ha sacado cuatro libros para adultos, siendo el último de ellos "La ciencia oscura", sobre experimentos humanos.
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Todo comenzó cuando su hija de 8 años le preguntó por qué los dedos de la mano se arrugaban cuando estaba mucho tiempo en el agua. Tras dar con una respuesta científica adaptada al lenguaje de niños, la pequeña le dijo: "Oye papá, tú tendrías que escribir un libro sobre las cosas raras".

Fue así como el doctor en Biología Celular y Molecular de la Universidad Católica de Chile, Gabriel León, sacó su primer libro: "¿Qué son los mocos? Y otras preguntas raras que hago a veces" (B de Block, 2019). De allí no ha parado, y a la fecha cuenta con un total de seis libros de divulgación científica para niños y cuatro para adultos. A esto, se suman las charlas que ofrece, y un podcast semanal.

"Ha sido súper interesante, muy entretenido para mí. Me ha permitido conectarme con distintos tipos públicos y contar historias que considero que pueden ser entretenidas y que, de la mano con ser entretenidas, pueden enseñar un poco acerca de la ciencia, de cómo funciona, de por qué la hacemos, cómo la hacemos y obviamente cómo se descubren cosas nuevas", asegura León.

Incentivo a la pregunta

"Para mí la premisa más importante con respecto a los libros infantiles es que el motor de la ciencia es la curiosidad y las buenas preguntas", sostiene el autor, esto porque "la ciencia comienza con una buena pregunta".

"En general niñas y niños en el colegio les enseñan que tienen que saber las respuestas, porque hay preguntas que ya fueron contestadas y conocemos esas respuestas. Pero en el proceso científico, una buena pregunta es fundamental y estos libros tienen esa función".

"Usualmente los padres y las madres de esos niños y niñas se sienten atrapados por la pregunta, se sienten como pillados -sigue-, pero está súper bien no saber, porque no tienen por qué saberlo tampoco, si pueden ser preguntas súper complejas. Y eso es lo primero: reconocer que las preguntas de los niños y las niñas pueden ser sumamente complejas". Desde esta perspectiva, considera que tanto padres como niños con estos libros pueden iniciar juntos "el viaje por la incertidumbre", en el sentido de intentar buscar una respuesta.

Siguiendo esta línea, dice que "estos libros básicamente son una oda a la pregunta rara en distintos ámbitos y que resaltan el valor de la pregunta; y nos permiten encontrar algunas respuestas, pero siempre dejando la puerta abierta para que las personas sigan explorando por su cuenta. Por cierto, todas las preguntas no se me ocurrieron a mí, todas esas son formuladas por niños y niñas de Chile".

Y sigue acumulando: "Cada vez que voy a un colegio, me reciben con una caja con preguntas que los niños han escrito en papeles y me la dejan ahí. Yo tengo ahora en mi casa una caja llena de preguntas, todas fantásticas que están esperando algún día transformarse en algún libro".

Las buenas historias

En cuanto a los libros para adultos, el biólogo Gabriel León sostiene que "mi premisa siempre ha sido contar buenas historias. Mi premisa principal nunca ha sido enseñar ciencia, yo creo que las buenas historias pueden movilizar cualquier cosa, incluyendo la ciencia".

"Por lo tanto, siempre me preocupo de contar muy buenas historias y que tienen que ver con la ciencia. Obviamente vas a aprender algo de ciencia, pero no con la pretensión de enseñarla, sino con la pretensión de mostrar cómo ocurre. Creo que los aspectos históricos, por ejemplo, en mis relatos son fundamentales, porque permiten entender los contextos en los que ciertos descubrimientos científicos ocurrieron", manifiesta.

Ejemplifica con su último libro: "La ciencia oscura" (Ediciones B, 2022), el que "tiene que ver con la experimentación con seres humanos", sostiene. "Hoy reconocemos que la investigación científica en la que participan seres humanos como sujetos de investigación es fundamental. No hemos llegado al punto que la tecnología permita reemplazar la participación del ser humano en estudios vinculados, por ejemplo, con las vacunas o con los medicamentos (...) necesito reclutar a humanos, a personas voluntarias, que van a tomar ese medicamento durante un tiempo".

"La pregunta es cómo van a participar, cuáles van a ser las condiciones para ese participación y eso, que lo que conocemos como las normas de bioética y la investigación científica, es un relato que se empieza a escribir hace más de 100 años y tiene, yo diría, su punto cúlmine en un hecho que es trágico que son los Juicios de Núremberg (...) cuando científicos, que fueron cómplices del régimen Nazi fueron llevados a juicio por los experimentos que hicieron en los campos de concentración, experimentos brutales que no obedecían a una lógica de la investigación científica por una parte, y por otra abusaron al punto de asesinar a personas", explica.

"Hasta ese momento los únicos límites morales para un experimento, lo imponía el propio investigador, y a partir de los Juicios de Núremberg se comienza a construir un cuerpo legal que lentamente se convierte en las normas de bioética modernas que rigen y regulan a la investigación científica actual", añade.

Y advierte: "Pero en el camino, mientras se establecían esas normas y se convertían en una práctica habitual ocurrieron muchas situaciones tremendamente lamentables y dramáticos, donde efectivamente se hicieron experimentos científicos con seres humanos sin su consentimiento, por ejemplo, o en condiciones que eran peligrosas". Son esas historias de las que da cuenta el libro y de las cuales hablará en el Festival de Ciencia Puerto de Ideas Antofagasta 2023, que comienza mañana.

La fuente de la longevidad

No será la única actividad, pues el biólogo también contará la historia Rapamicina, una droga que se está investigando que podría alargar la vida y que se encontró, literalmente, en el suelo de Rapa Nui.

"Es una historia súper interesante porque nace gracias a una expedición científica canadiense, que va a la Isla de Pascua con la intención de estudiar a una población pequeña y aislada, querían entender cómo una población muy chiquitita, pocas personas y que habitualmente están muy aislada, cómo era su estado de salud, qué enfermedades había, qué factores genéticos había", empieza su relato León.

Entre quienes componían la misión había un microbiólogo que divide la isla en cuadrantes y toma muestras de tierra, y de una de ellas se aísla una bacteria que producía un compuesto que actuaba como antihongo, pero que no reportaba gran interés para la farmacéutica canadiense, por lo que se iba a destruir. Pero el científico a cargo decide guardarla en su refrigerador y mandar a hacer nuevos estudios.

"Después descubren que es un modulador del sistema inmune, básicamente apaga el sistema inmune (...). Hay ciertas situaciones donde apagar un poco el sistema inmune puede ser muy beneficioso y el caso más paradigmático es el trasplante de órganos", para "prevenir o evitar el rechazo" y "es ahí donde la Rapamicina encuentra su primera aplicación médica y se convierte en una droga que se usa incluso hasta el día de hoy para los trasplantes de riñones", detalla el biólogo.

Las investigaciones posteriores de esta droga, "mostraron algo que era bien interesante: en distintos tipos de organismos, desde levaduras hasta animales, la Rapamicina parece extender la vida. Eso es bien interesante. Es una droga que aparentemente regula varios aspectos del funcionamiento celular, y que puede tener un impacto en la longevidad de un organismo", porque es una droga que "imita ciertos factores que se saben están vinculados con la longevidad y no solo con la longevidad, sino con una longevidad saludable y por lo tanto es que se convirtió en una droga súper interesante y estaba literalmente botada en la Isla de Pascua". 2

Flor Arbulú Aguilera

flor.arbulu@mercuriovalpo.cl