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APUNTES DESDE LA CABAÑA El Presidente, un ciudadano más

POR ROBERTO AMPUERO ESCRITOR, EXCANCILLER, EXMINISTRO DE CULTURA Y EXEMBAJADOR EN ESPAÑA Y MÉXICO ESCRITOR, EXCANCILLER, EXMINISTRO DE CULTURA Y EXEMBAJADOR EN ESPAÑA Y MÉXICO
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Esta semana el Presidente fue un ciudadano más: se enteró de una decisión crucial de un ministro a través de los medios. Lo reconoció sin sonrojarse: nadie le consultó la decisión del ministro de Cultura de declinar la asistencia de Chile a la Feria del Libro de Frankfurt del 2025. Y no se trataba de una participación menor, sino de un privilegio: Chile sería el país invitado de honor en la más importante feria del libro del planeta.

Aquello me defraudó por el ninguneo de la difusión de la cultura chilena por parte de una institución que debiera respaldarla. Pero más allá de eso, que por ahora parece estar en manos de alemanes que ojalá consideren la retractación del presidente y su deseo de que Chile asista como invitado de honor, me pregunto qué es más bochornoso para el país: ¿Que su gobierno decline la privilegiada invitación a escritores y libreros chilenos, o que quede en evidencia que los ministros adoptan decisiones trascendentes sin consultar a quien encabeza el gobierno?

Creo que más bochornoso e inquietante es lo segundo, el lamentable déficit de liderazgo interno de Boric, el que no se reduce a la existencia de "dos almas" sino que incluye "gustitos" en el gabinete que prosperan precisamente por vacíos de liderazgo. Uno de los retos para los presidentes es que deben otorgar libertad de iniciativa a los ministros, pero al mismo tiempo estar al tanto de las medidas esenciales que van a adoptar, única forma de orientarlos, sostener el curso de la nave y mantener vigente la autoridad presidencial.

La merma en la autoridad de quien fue elegido con cómoda mayoría ha sido rápida y sensible. Tiene su génesis, a mi juicio, en su propia falta de tino hacia la dignidad del cargo que ocupa, del cual no es dueño. La presidencia es un cargo que sólo "habita", como gusta decir, una casa de la cual no es el propietario. Me temo que mucho de esto partió desde el traspaso del mando por su informalidad al vestir y actuar en una de las funciones que demandan más estricto apego a normas establecidas que evolucionan, desde luego, y que suelen respetar desde los líderes más conservadores hasta los gobernantes de ultraizquierda en las cumbres.

Ser presidente de una república de dos siglos y con tradiciones que la mayoría de la población valora, requiere tacto. Vestirse durante el trabajo como le venga en gana o resulte más cómodo, en el caso de un hombre, andar sin corbata, con camisa abierta, sin chaqueta, "desguayangado", con melena y barba a lo guerrillero, pasando revista a uniformados con las manos en los bolsillos, en fin, para qué seguir, todo eso termina por minar el rol de la autoridad. Basta con preguntarse que pasaría si todas las cúpulas institucionales dictaran también el chipe libre. Y este es contagioso. Lleva a colaboradores a imitar. Recordemos a un embajador encabezando una conmemoración del 18 de setiembre en una embajada como se va a un asado entre amigos, o a otro que difundió por Twitter una selfie en que acariciaba las piernas de su pareja en el auto oficial, o a la primera dama conversando en La Moneda con la vicepresidenta colombiana con los pies sobre la silla. ¿Qué diríamos si la ministra Tohá fuese recibida así en la Casa Blanca o Beijing por las esposas o parejas de sus presidentes? (sé que exagero las proporciones).

Sería prudente que el Presidente tomara nota de la etiqueta que siguen sus colegas en las cumbres. Verá que no sólo los conservadores la respetan sino también "revolucionarios". Ahí están: traje oscuro, camisa blanca, corbata discreta, zapatos negros lustrados, una uniformidad que busca mantener la igualdad entre mandatarios y subrayar que todos -pese a desigualdades en el grado de poder- valen lo mismo. Guardan la etiqueta tanto el dictador de Cuba como el de Nicaragua, regímenes que emanaron de guerrillas; el tirano Maduro, microbusero que heredó el poder de Chávez; Gustavo Petro, que fue guerrillero; Lula, que fue obrero, y AMLO, un populista que viaja en clase turista y recorrió todos los pueblos de su bello país como candidato. Perú y Argentina también se ajustan a la norma.

En ese marco desentona que el mandatario con menos experiencia de vida -sin historial profesional, pasado guerrillero, contribuciones en las artes, la cultura, el emprendimiento, el deporte, la academia o la vida política- opte por diferenciarse de sus colegas por el atuendo. Si todos lo hiciesen, la foto de grupo parecería una alegre fiesta a costa del fisco. Cuando en los setenta viví en Cuba, nos prohibían llevar barba. ¿Por qué? Sólo los ex guerrilleros gozaban de ese honor ganado en la guerra, que los distinguía por haber combatido contra Batista.

Ojalá en su gira por Europa el Presidente recuerde que su cargo está "normado" en lo normal. Protocolo debería aconsejarle al respecto y recordarle que existe la alternativa de vestir traje nacional o regional. Y tal vez rectifique pues se aprecia en él un cambio en el corte de barba y cabello, hoy acorde con el alto cargo que la ciudadanía le entregó por un plazo determinado.

Si la Feria de Frankfurt tendrá o no a Chile como invitado de honor en 2025, depende de sus organizadores. Pero recuperar la prestancia presidencial en consonancia con la dignidad del más alto cargo de la República y del hecho que nos representa a todos, depende del presidente de turno.