Haber sufrido cinco robos en sólo una semana es, aquí y en Burundí (como decía el exministro Vidal), un despropósito de marca mayor. Ahora, si a ello agregamos que las víctimas de estos asaltos son los más necesitados (estamos siendo generosos, en rigor no tienen nada): los indigentes, los enfermos y los vagabundos del barrio La Matriz, el asunto ya se torna indignante.
Sólo una pizca de sal más a la noticia: quien les roba está plenamente identificado, rara vez se ha llevado algo de valor más allá de paquetes de arroz y botellas de aceite, pero su desolación es conocida y familiar para cualquiera que alguna vez se haya aventurado por los dominios del misterioso Cristo de ojos rasgados, obra de un escultor japonés de la Academia de Sevilla y donado a comienzos del Siglo XVII por el Rey Felipe II, después de que el pirata Drake se robara hasta el agua bendita de la entonces capilla La Matriz, a los pies del cerro Santo Domingo.
"Detrás de cada curado, de cada drogadicto, hay una vida, un sufrimiento y un dolor que los llevó a ello. Debemos darles cariño y contención", dice una de las voluntarias en el documental Comedor 421, estrenada hace menos de un mes en La Matriz, y en el cual se explica la historia del lugar, iniciado por un laico sin apellido llamado Enrique, auspiciado (en términos espirituales, claro está) por el ya mítico padre Pepo Gutiérrez, fallecido hace pocos días, y atendido por el grupo nazareno a modo de refugio exprés para los inquilinos del Ejército de Salvación, la antigua e inigualable "Olla Santa Ana".
Esa "comunidad", como la define el "valparaisólogo" Samuel León, es la gran suma del dolor y el desamparo, una verdadera bóveda del tesoro para aquellos que, como el cura Gonzalo Bravo, buscan la verdadera riqueza precisamente entre los indigentes, los alcohólicos, las prostitutas y los que, muchos dicen, perdidos.
Allí, en ese espacio de servicio, de atención al Cristo pobre, personas como Patricio, Alfredo, Antoni, Ester, Gonzalo, Norma, Judith y tantos otros sirven almuerzos, dan abrigo, facilitan duchas, vestimentas y les cortan el pelo y las barbas a todos aquellos que la sociedad optó (no seamos cínicos, optamos) por esconder debajo de la alfombra.
Entendiendo la premura, la inmediatez, los demonios propios que todos tienen (tenemos), ¿será mucho hacer un alto en el camino y preocuparnos un poco -sólo un poco- de los que no tienen, nunca tuvieron y jamás tendrán nada? Nos referimos a los favoritos del Cristo chino, los de La Matriz.