Habló ayer el Papa Francisco, durante sus primeras horas en Chile, de la imperiosa necesidad de sacudir esa "postración negativa llamada resignación, que nos hace creer que se puede vivir mejor si nos escapamos de los problemas". También lo hizo -en ese conocido tono suyo, que busca marcar la distancia entre la Iglesia y una ONG- sobre reconstrucción y volver a empezar ("¡Cuánto conocen ustedes de levantarse después de tantos derrumbes!"). Pocos minutos antes, en el Palacio de La Moneda, había confesado "dolor y vergüenza" por el daño causado por miembros de la Iglesia a los jóvenes y menores abusados. Algunos lo consideraron un avance, un acto de contrición tan pleno como justo. Otros, las víctimas, las calificaron como "titulares vacíos" y "una nueva bofetada".
Hubo un intento, o al menos eso se percibió, por parte de Francisco de racionalizar la duda, la fe y la esperanza, algo que nos traslada a la Historia de Jesús de los escritos inéditos de G.W.F. Hegel, mientras trabajaba como preceptor en Berna tras salir del seminario de Tubinga, en 1793, y hasta que su entonces amigo Hölderlin le consiguiera un puesto en Frankfurt.
Esa razón pura, escribe Hegel en uno de los primeros párrafos, incapaz de cualquier limitación, es la divinidad misma. El plan cósmico está ordenado en conformidad con la razón y la que enseña al hombre a conocer su destino, la finalidad incondicionada de su vida; aunque con frecuencia haya estado oscurecida, nunca se extinguió por completo y hasta en las tinieblas se conservó un tenue resplandor suyo.
Es ese Reino de Dios ("Reich Gottes", en el original) el que según el asturiano Santiago González Noriega terminó siendo para Hegel -también, e incluso más, para Hölderlin- una especie de consigna, que según este último les permitiría "reconocerse de nuevo tras cada metamorfosis".
Aunque tampoco pueda menospreciarse la influencia que tendría sobre Hegel un tercer alumno del seminario protestante de Tubinga, Schelling, es precisamente Hölderlin quien -contra todo y contra todos- apostó decididamente por el entusiasmo y el desborde en desmedro de la ciencia y la razón, siendo tratado por Hegel, según cuentan, "con desprecio y bellaquería".
¿No será acaso ese tenue resplandor en las tinieblas, citado tempranamente por Hegel, hecho carne en vida por Hölderlin y esbozado ayer por Francisco, el madero al cual debemos necesariamente aferrarnos durante esta tempestad?
Al final de sus días, Hölderlin volvería a remecernos desde sus Poemas de la locura, título dolorosamente literal para los aciagos días que se cernían sobre él y su atribulada alma.
Oscura, cerrada, parece a menudo la interioridad del mundo /
sin esperanza, lleno de dudas el sentido de los hombres /
mas el esplendor de la naturaleza alegra sus días /
y lejana yace la oscura pregunta de la duda.