El hervor de la caldera
El desgobierno que ha reinado en Valparaíso durante los últimos 30 días, desde que los trabajadores portuarios eventuales paralizaran en el segundo turno del viernes 16 de noviembre pareciera haber sincerado el real calibre de los incumbentes en este conflicto, en el cual muy pocos -si es que alguno- han estado a la altura de la peor crisis laboral y social de la última década porteña.
Los hechos de violencia, que concentran a su vez todas las violencias propias del modelo, no son -como dicen por ahí- un "chantaje" al Gobierno o a la empresa privada por un bono navideño más abultado, sino el hervor final de una caldera de descontento y precarización incubada por largos años en el Puerto y hecha carne en el citado segundo turno del día 16.
Algo de ello intentó explicar el viernes el Presidente Sebastián Piñera en su publicitada cita con economistas en el Palacio de La Moneda, donde -flanqueado por un Premio Nobel y el rockstar de la Economía Nouriel Roubini- lanzó una tímida frase que encierra muchos más significados e interpretaciones de las que él mismo puede llegar a creer. "(...) esa idea de que la economía está bien, pero las personas están mal es algo que hay que mirar con mucha profundidad, lo que puede pasar es que la distribución de ese crecimiento y de ese desarrollo no esté bien".
Para todos aquellos que aún intentan comprender el mundo a través del maniqueísmo propio de la Guerra Fría, el conflicto portuario no es más que el típico tira y afloja de una negociación y un paro, por lo demás totalmente ilegal según los reglamentos de la Dirección del Trabajo. Pero si algo podemos aprender del pasado (no de Balmaceda ni del Golpe de Estado del 73, sino del inmediato, de aquel que nos habla de las fracturas sociales que se han ido dejando ver entre las grietas del crecimiento económico) es que la desigualdad es -por largo- uno de los más pesados lastres que puede cargar una sociedad que, como la nuestra, aspira a alcanzar un grado de desarrollo para el cual quizás no estemos debidamente preparados.
El paro, bloqueo o conflicto portuario -llámelo como guste- va a terminar tarde o temprano porque nada es para siempre. Sin embargo, lo que sí persistirá es la rabia acumulada, esa que se contagia y multiplica en eventos como el de la contaminación en Quintero y Puchuncaví o tantos otros y que nuevos sectores políticos como el Frente Amplio han sabido explotar de forma oportunista y, algunas veces, hasta irresponsable.
El Presidente Sebastián Piñera, a diferencia de sus colaboradores regionales o "enviados especiales especialistas en conflictos", tiene una ventaja indiscutible: ha sido el primero en entender que la fortaleza de su Gobierno -y por qué no, también de su legado- no se basa sólo en el crecimiento, sino que en la homérica lucha porque nadie se quede en el camino.
Esto, a diferencia de lo que dicen los expertos, no es un conflicto puntual como quizás sí lo fueron en el pasado Punta Arenas, Freirina, Coyhaique y hasta Quintero. Esta vez Valparaíso es el termómetro de las clases marginadas, el último bastión de nuestros propios e indignados Chaquetas Amarillas.