Alimapu, breve historia del fuego
Una vez más la historia, cual aburrida noria, vuelve a girar para dejarnos en el mismo sitio. Más que dejación, ya parece simple ineptitud. Cuántos más hay, que no por estadísticamente más pequeños, son menos desgraciados. Historias y vidas completas que se toparon con una roca que cercenó buena parte de sus vidas.
Contaba el insigne periodista e historiador Alfredo Larreta Lavín -granado excolaborador de los diarios La Unión y El Mercurio- que las versiones más creíbles y concretas sobre los orígenes de Valparaíso reposaban en el vocablo mapuche de la etnia (supuestamente changos, según Vicuña Mackenna, aun cuando ha sido rebatido insistentemente) que habitaba el litoral: alimapu, traducido del mapudungún al español como tierra quemada o tierra roja, por su particularidad arcillosa y, lo que ya no queremos creer, su sino vinculado a los incendios desde quién sabe cuándo.
Aunque se descarten terremotos, derrumbes, tormentas y accidentes, de los registros pueden extraerse mil y un episodios, entre los cuales destacan las explosiones del edificio Pasaje Ross (mayo de 1914), la gran catástrofe del 1 de enero de 1953 de la barraca Schultze de avenida Brasil, cuando toneladas de dinamita, pólvora, fulminantes, petróleo, parafina y bencina ardieron y explotaron causando más de 50 muertos (36 de ellos bomberos) y 320 heridos.
¿Cómo olvidar la triste historia de la discoteca Divine, ícono del movimiento gay porteño de calle Chacabuco 2683, donde murieron 18 personas el 4 de septiembre de 1993?
Más frescos son los recuerdos del incendio del 14 de febrero de 2013, que arrasó con los cerros San Roque, Rodelillo y Placeres, dejando 75 casas destruidas y 1.200 damnificados y como único culpable al descuidado soldador Carlos Rivas, condenado a pagar una cifra millonario, en tanto la empresa para la cual trabajaba fue absuelta; de aquel ignominioso 12 de abril de 2014, cuando el mayor incendio en la historia de la ciudad, el cual devastó casi 13 cerros, desde La Pólvora hasta El Vergel, con 15 muertos, cinco mil personas, 500 casas y 300 hectáreas se vieron afectadas; o el del 2 de enero de 2017, iniciado en Quebrada Verde, para luego quemar todo a su paso por Pueblo Hundido Puertas Negras y Valle Verde, con otros cientos de damnificados.
Entre medio, cuántos más hay, que no por estadísticamente más pequeños, son menos desgraciados. Historias y vidas completas que se toparon con una roca que cercenó buena parte de sus vidas, mientras el Estado prometía planes de reconstrucción, regularización de terrenos y una seguridad que, cual aburrida noria, giró para dejarnos donde mismo.
Ahora fue el turno de San Roque (¡otra vez!) y del cerro Rocuant, bautizado en honor al exdueño de esos terrenos, el varias veces diputado radical y alto directivo de la Sociedad Matadero Modelo de Valparaíso, Enrique Rocuant.
Quizás cuántas veces habremos de repetir la historia. Y ello, más que por falta de voluntad, ya parece ser a causa de la incapacidad propia de cambiar la historia de Valparaíso de una buena vez. Tal vez por aquella sencilla razón es que ni los cerros ni las calles, ni tampoco un gimnasio o algún pasaje perdido, han sido bautizados con el nombre de algún alcalde o intendente en los últimos tiempos.