Constitución y movimiento social
"Nadie tiene la bola de cristal, pero hay una variable clave: la recuperación de la confianza y que el proceso se instale con legitimidad". Rodrigo González T., Diputado
El germen del proceso constituyente surgió el 18 de octubre con la irrupción del inédito estallido social que exigió a la élite política llegar a un acuerdo para llamar a un plebiscito el 26 de abril de 2020, anticipado por el llamado de los alcaldes a una consulta nacional sobre una nueva Constitución.
Este primer logro institucional dio un segundo paso trascendente: la legalización de la participación paritaria de las mujeres, los pueblos originarios y los independientes, con plenos derechos en la conformación del órgano constituyente, aprobada en la Cámara de Diputados el 20 de diciembre y que le dio oxígeno y aire fresco a la Reforma Constitucional acordada el día antes y refrendada inmediatamente por el Senado.
Con ello, la ciudadanía podrá saber con exactitud qué va a votar en abril, conocer las características exactas del cuerpo colegiado a elegir y emitir su preferencia con claridad. Nadie en ese esquema racional podría invocar que las mujeres estén excluidas, que la diversidad de pueblos originarios no ha sido acogida ni que los independientes estarán obligados a competir en condiciones desventajosas frente a los partidos políticos.
Paradojalmente, desde la propia institucionalidad política carente de confianza y legitimidad ciudadana, acusada por su incapacidad durante 40 años para entregar al país soluciones satisfactorias de convivencia justa, surge una salida inclusiva que elimina de un solo plumazo los obstáculos y crea el marco para construir el pacto social exigido por las movilizaciones.
¿Milagro? No, es un resultado claro de este proceso social extraordinario con costos y sacrificios gigantes. Pero en la arquitectura dibujada ¿está asegurada la participación deseada y que la Constitución a redactar expresará los anhelos de igualdad, término de los abusos, respeto profundo del ser humano reclamado por el soberano? Más aún, ¿creerá la calle en el gesto de la élite política?
Ello podrá descifrarse según la forma y acciones en que el movimiento social -este actor poderoso, multiforme y anómalo- continúe expresándose. Y de cómo se muevan otros múltiples y variados actores.
Nadie tiene la bola de cristal, pero hay una variable clave: la recuperación de la confianza y que el proceso se instale con legitimidad. En términos simples, que la sociedad mayoritariamente crea en la ruta delineada.
Todavía no se divisa completamente cómo jugarán los actores clave: el Gobierno, los partidos políticos, el Parlamento, los empresarios, los núcleos organizados del movimiento social.
El Gobierno, vacilante y errático, hasta ahora no ofrece un camino de transformaciones reales y creíbles en la agenda económico-social y tributaria. Por otra parte, sectores muy amplios del movimiento social no se convencen de que no hay trampas en el proceso institucional, están insatisfechos con la agenda social y algunos actores políticos lo cuestionan desde extremos opuestos.
Para la oposición concordar una plataforma de propuestas para la agenda social con los actores organizados en la Mesa de la Unidad Social y conectar con el tejido capilar y la nervatura de las marchas pacíficas, cabildos, asambleas territoriales y otras expresiones ciudadanas, es el principal desafío.
Para ello se requerirá de todos los actores una gran generosidad y compromiso.