Libertad, ¡cuántos crímenes se cometen en tu nombre!
En reciente artículo, mi amigo Rafael Torres recuerda el famoso cuadro de Delacroix que representa a una mujer conduciendo al pueblo de París durante la revuelta de 1830. Esa mujer representa a la Libertad. Y Rafael expresa su deseo de que, a través de las elecciones que se nos avecinan y de la nueva Constitución que entrará a redactarse, seamos nosotros conducidos a la libertad, que vendría a ser "la patria añorada".
Enfrentado al texto de ese artículo no pude, sin embargo, dejar de recordar la otra cara de la medalla, expresada de manera tan patética por Madame Roland. Ella, desde la carreta en que era conducida al patíbulo donde la esperaba la guillotina y al pasar frente a la estatua levantada en honor a la Libertad en la plaza de la Concorde en París, musitó la frase que la hizo pasar a la historia: "Libertad, ¡cuántos crímenes se cometen en tu nombre!". Y tenía razón. Corría noviembre de 1793, Revolución Francesa, en pleno régimen del Terror que Robespierre, invocando el nombre de la libertad, había desencadenado contra los que se opusieran a sus designios: "La Revolución es la guerra de la libertad contra sus enemigos" (discurso del 25 diciembre de 1793). "Si el instrumento del gobierno popular en la paz es la virtud. . . en la revolución es a la vez la virtud y el terror: la virtud sin la cual el terror es funesto; el terror, sin el cual la virtud es impotente" (Id. 5 de febrero de 1794).
Fue así como Robespierre envió a la guillotina, entre 1793 y 1794, a más de 40.000 de sus compatriotas, a los cuales, por cierto, les negó la libertad de pensar distinto a él. Desde luego, a quienes fueron fieles a la monarquía de entonces, pero también a aquellos con los que se alió en una primera etapa, pero después los consideró como sus enemigos; enemigos, por lo tanto, de la libertad. Fueron los girondinos, de los cuales formaba parte Madame Roland. Enseguida, muchos jacobinos, con Danton en primer lugar. Tanto los unos como los otros reclamaban la libertad de disentir del líder. Pero contra Robespierre no había argumentos. Así como Luis XIV en su tiempo proclamaba "el Estado soy yo", así Robespierre, en el suyo, proclamaba "la libertad soy yo".
La Revolución Francesa, como todas las revoluciones, fue la guerra de la libertad de unos versus la libertad de otros. ¿De qué lado se alineaba "la" libertad? Del lado del que iba ganando.
El tema de la libertad no puede tratarse en abstracto. En concreto, no existe "la" libertad, sino "mi" libertad y "tu" libertad. El problema reside en cómo compaginar la una con la otra. Con cierta frecuencia oímos decir que "la libertad de uno termina donde comienza la libertad del otro". ¿Dónde termina una y dónde comienza la otra? Cuando las libertades carecen de un punto de referencia común al cual orientarse, es inevitable que terminen enfrentadas unas contra otras.
En ese evento, como dice Baruch Spinoza, "el derecho de cada uno se extiende hasta donde alcanza el poder de que dispone" (Tratado teológico-político). Si no, que lo digan esos millones de niños que año a año son ultimados antes de nacer para dar paso a la libertad de sus madres, o la de quienes las presionan, porque que no quieren tenerlos.
La única posibilidad de dar un orden al ejercicio de las diferentes libertades es precisamente la de hacer referencia al fin común para alcanzar el cual ellas han sido establecidas. Es el bien común de una sociedad el que, en primer lugar, impera que las personas, para procurarlo, deban disponer de sus libertades individuales para ejercerlas efectivamente, pero en el marco de lo que ese bien común implica. O, lo que es lo mismo, que la libertad no es buena de suyo, sino en la medida que su ejercicio apunte al servicio de ese bien del cual son factores primordiales el respeto a la vida e integridad física de sus integrantes, tanto como la justicia en las relaciones sociales. Así entendida, al concepto de libertad va indisolublemente unido el concepto de responsabilidad.
También es imperioso dejar en claro la estricta dependencia en que se encuentra la libertad respecto de la verdad. Así, por ejemplo, de cara a alguien que se desploma no es del caso aceptar cualquier acción, sino la de aquellos que saben de medicina. Los demás, si actúan, no lo harán como personas libres, sino como personas atolondradas, lo cual es muy diferente. El ejercicio de la libertad debe ser precedido, entonces, por el conocimiento y la reflexión, haciendo realidad lo que Cristo enseñaba, "la verdad os hará libres", y no, como creen algunos, que es la libertad la que hace a la verdad: "Cada uno tiene su verdad".
Es precisamente el mito de que el uso de la libertad es siempre bueno, porque es ella la que hace a la verdad, lo que le ha costado ríos de sangre al mundo moderno. El régimen totalitario se forma precisamente alrededor de alguien, como Robespierre en su tiempo, Lenin, Stalin, Hitler, Mao Tse Tung, entre otros, más adelante, que se atribuye con el respaldo de la fuerza el ser oráculo de "la" libertad.
Los últimos que menciono llevaron por cierto el ejemplo de Robespierre a un extremo que ni él mismo se hubiera imaginado. Las muertes que él causó se expresan en decenas de miles; las que causaron estos, en decenas de millones. Y todo en nombre de "la" libertad. Por eso, me parece importante aclarar un concepto como el de libertad, al cual tantos equívocos rodean.
Por gonzalo ibáñez santa maría