Una ofensa a Valparaíso
Hace unos días, este diario publicó un interesante texto titulado "Valparaíso y Santiago miran al mundo", redactado por Francisco Cruz Fuenzalida y Claudio Orrego Larraín, hoy candidato a la Gobernación de la Región Metropolitana.
A él se añadió, pocos días después, otro texto "Autopista, aeropuerto ¿y el tren?" de Jorge Inostroza, expresidente del grupo EFE. El origen de ambos textos fue, sin duda, el de proporcionar algunas ideas para la recuperación de nuestro puerto.
En este sentido, lo que proponen, sobre todo el primero -al cual me referiré prioritariamente- es, de hecho, una unidad entre las dos ciudades que, en atención a la realidad de cada una de ellas, no puede ser sino una absorción de Valparaíso por parte de Santiago. Que, mejorando aún más las comunicaciones entre ellas, Valparaíso pueda convertirse en un nuevo barrio de la capital. Y, así, Cruz y Orrego concluyen su texto diciendo: "Al final del día, Santiago y Valparaíso tienen un futuro indisolublemente unido en su destino y marcado por la historia. Esa misma que nos unió una y otra vez para forjar la República y que hoy nos permite proyectar un Chile con vocación regional. Un Chile que desde Santiago y Valparaíso mira el mundo" (El Mercurio de Valparaíso 9/5/21).
No cabe duda de la muy buena intención de los redactores de este texto, pero creo que, de aplicarse la fórmula que en él se postula, los problemas se agravarían. Adosar Valparaíso a Santiago no sólo no lo salvaría, sino que lo terminaría de destruir. Por eso, antes de proponer "soluciones" como ésta, corresponde hacer un diagnóstico de la situación. Este es muy simple. Valparaíso ha decaído por la misma razón por la que todas las regiones y provincias de Chile han decaído, esto es, por el enorme centralismo que nos afecta, fruto de la política de mentecatos en la que el país se embarcó a comienzos de la década de 1930, esto es, la del cierre de nuestras fronteras al comercio exterior bajo el pretexto de apoyar la industria local. Ya sabemos cómo terminó ese experimento: con un Santiago gigante y con unas provincias raquíticas y con una industria nacional completamente jibarizada. De cara a esta situación, no se trata que Valparaíso entre a formar parte del centro "centralizador", sino que vuelva a recuperar su perfil y su condición de ciudad independiente de la que gozaba antes del comienzo del centralismo. La "solución" que proponen Cruz y Orrego no es otra cosa que la de agrandar el centro, incorporando a él a Valparaíso lo cual, como decimos, hace desaparecer el Valparaíso real. De él no quedaría sino una sombra vacía de todo contenido. Y, quizás más grave, por esa vía, Valparaíso entraría a formar parte de la bota que aplasta al resto del país. Es sintomático los que estos autores proponen: "Un Chile que desde Santiago y Valparaíso mira el mundo" ¿Qué sucedería entretanto con Concepción, Temuco, Valdivia, La Serena, Antofagasta, Copiapó y las restantes ciudades del país? ¿Les aliviaría en algo el que Valparaíso se hiciera parte de Santiago?
Seamos francos: el problema de Valparaíso es el mismo que afecta al resto del país, incluyendo Santiago, cuyo crecimiento desmesurado lo pone a él también en severo peligro. Chile debe hacer cara al centralismo como un problema global, no como si afectara a una sola de sus partes, en este caso, Valparaíso. Contra este centralismo el país dio un primer paso de máxima importancia cuando, no más llegado al poder, el gobierno militar decidió reabrir el país al comercio exterior, con lo cual los puertos volvieron a retomar su antigua importancia como las vías por las cuales ese comercio se canaliza. Pero, las actividades empresariales que antes tenía su sede en ellos, no han regresado. Por eso, la política descentralizadora debe continuar con una política que induzca -y eventualmente que fuerce- al sector privado a regresar a sus orígenes. La descentralización del aparato público ayuda, sin duda, pero si no va acompañada por la del sector privado, ella no pasará de ser un mal barniz de solución.
Valparaíso comenzó su histórico despegue cuando en 1817 el país se abrió a un comercio exterior que le fue negado durante todo el período colonial. Pero la ciudad no sólo fue sede de las actividades netamente portuarias sino que, de inmediato, se convirtió en la sede de todas las empresas que se dedicaban a ese comercio. Por eso, se internacionalizó y fue ella la ventana por donde Chile miraba al mundo.
Dejémoslo claro: Valparaíso fue una gran ciudad porque desde su comienzo, al despuntar el siglo XIX, fue la ciudad empresarial del comercio exterior de Chile. Y a volver a ser esto es a lo que debe apuntar cualquier estrategia que se proponga su efectiva reactivación. Políticas como las que ofrece el artículo de Cruz y de Orrego no son más que paliativos de muy dudosa eficacia.
En el fondo, pretender la transformación de Valparaíso en un barrio de Santiago es una ofensa que no puede ser sino rechazada, dejando de lado toda vacilación.
por gonzalo ibáñez santa maría, abogado