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El rinconcito de la consentida

El mundo privado

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El Partido Por la Democracia (PPD) a nivel regional vive momentos muy complejos, por no decir que cada cual hace lo que quiere.

El primer reclamo nace de los dirigentes viñamarinos que acusan que el actual diputado Rodrigo González no estaría respetando la disciplina interna de apoyar a los candidatos de su partido. En el caso de la diputación por el Distrito 7 (San Antonio, Casablanca, Valparaíso, Viña del Mar y Concón, entre otras), el exalcalde viñamarino apoya al candidato independiente del Partido Radical, Tomás Lagomarsino, y no a los militantes del PPD, Juan Pablo Alarcón y Pedro Huichalaf. Los cercanos a González esgrimen que su candidato siempre fue Lagomarsino, quien fue candidato a constituyente, alcanzando una alta votación, pero en la interna del PPD no fue escuchada su petición y terminó perdiendo, ya que los candidatos fueron los antes mencionados. Es bien compleja la situación. En primer lugar, Pedro Huichalaf, quien se desempeñó como subsecretario de Telecomunicaciones en el último gobierno de la Presidenta Michelle Bachelet, siempre muy cercano al senador Guido Girardi, sector que González adscribe al interior del partido. Adicionalmente, la madre del candidato Juan Pablo Alarcón, Jacqueline Quinteros, fue asesora del canoso parlamentario y le habría hecho ver el error de no apoyar a sus hijos.

El escenario es muy similar en el caso de los candidatos al Consejo Regional por la provincia electoral Valparaíso 1 (Viña del Mar, Concón, Quintero y Puchuncaví), ya que por el PPD concurren Carlos Alarcón -quien va a la reelección- y como compañera de lista es Elizabeth Leal, presidenta comunal del partido en Viña del Mar. No obstante, tampoco esta vez González apoya a los candidatos de su partido y está trabajando con todas sus fuerzas por la candidata del Frente Regionalista Verde, Ángela Cabezón, quien compitió como candidata a concejala por Valparaíso en mayo pasado, obteniendo solamente 403 votos. Pero lo más llamativo no es que González esté trabajando fuertemente por Cabezón, sino que también todo su equipo, como lo es su secretaria, Carmen Moya, su conductor, Luis Cárcamo, y su operador territorial, Wilson González. Todos ellos reconocen que rompen la disciplina partidaria no solamente porque conocen a Ángela Cabezón, además de no gustarles los candidatos que el PPD escogió, sino también porque han visto a su jefe muy entusiasmado en la campaña. Es más, el eslogan que ocupa la candidata en cuestión es una frase de González que dice "Al fin la encontré", apuntándola a ella, en la Feria Caupolicán.

No es la primera vez que el actual vicepresidente de la Cámara de Diputados no apoya a sus candidatos. Ya lo hizo en mayo recién pasado, decantándose por la actual alcaldesa de Viña del Mar, Macarena Ripamonti, en detrimento de la candidata de su partido. Pero en esa ocasión Rodrigo González defendió su posición diciendo que todos sabían que Marcela Varas iba a perder y que ella misma siempre se negó a ir a una primaria contra Laura Giannici u otra candidatura del sector, y además había un bien superior de derrotar a la UDI. Que Varas no tenía peso electoral, pero sí Ripamonti, quien finalmente terminó ganando.

Pero no solo es González quien está cuestionado, sino que también Manuel Murillo, quien estaría apoyando a Lagomarsino, a diferencia del jefe de gabinete del senador Lagos Weber, Reinaldo Monardes, que está comprometido con la candidatura de su excolega en el equipo del senador, Leslie Sánchez, quien tuvo una malograda precandidatura a constituyente por el PPD, pero fue sacrificada a última hora por la mesa nacional. Tanto fue el problema interno con la jugada de Monardes, que su compañera de funciones, Catalina Serrano Le Roy, le habría manifestado la molestia al senador del PPD, ya que ella está jugada con los candidatos de su partido, la dupla Juan Pablo y Carlos Alarcón, a diputado y consejero regional, respectivamente.


de Rodrigo González

por gabriela chomer

No es país para experimentos

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En esa metáfora prodigiosa sobre la condición humana que es la película No Country for Old Men (2007), basada en la novela del mismo nombre de Cormac McCarthy, ocurre algo singular: al final gana el villano. En términos más pedestres, triunfa el mal de la mano de un sociópata encarnado con brillantez por Javier Bardem, dejando en el espectador una sensación oscura, ninguna novedad para quienes conocen la cáustica pluma de McCarthy y el cine posmoderno de los hermanos Cohen.

Desde luego, gobernar un país es diferente a dirigir una película, aunque existe un parecido de familia: las cosas pueden terminar mal, a veces muy mal. En la ciencia política existen ejemplos de sobra y basta con echar un vistazo a algunos países de la región para constatar la veracidad de esta afirmación.

En los últimos años Chile ha sido objeto de varios experimentos sociales, políticos, económicos y culturales. Uno de ellos fue la permanencia en el país por casi cinco años de Silvia Rucks, nombrada por el Secretario General de la ONU como Coordinadora Residente. En una curiosa entrevista concedida al programa 24 horas de TVN, en agosto de 2019, pocos meses antes del denominado estallido social, Rucks declaró textualmente: "Usamos Chile como piloto para experimentar en esta metodología", refiriéndose al acuerdo firmado por el país con la ONU en el contexto del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo Sustentable, la llamada Agenda ONU 2030.

Otro experimento fueron las decisiones tomadas por la expresidenta Bachelet en sus dos mandatos de fijar una política amplia y abierta a la migración, y al Pacto Migratorio de Naciones Unidas, conforme con el cual migrar no es solo un derecho humano (algo que compartimos), sino que los migrantes, aunque sean ilegales, tienen los mismos derechos que los naturales del país al que migran y que los extranjeros en situación regular.

El pacto no es un Tratado Internacional y no es vinculante para los Estados, pero en la práctica sí lo ha sido para Chile, que ha debido asimilar un incremento sostenido e indiscriminado de la migración irregular, con índices mucho más altos que los demás países de la región.

Sin embargo, el más conspicuo experimento es la Convención Constitucional, que se vanagloria de ser la primera convención paritaria del mundo. De hecho, es tal su carácter experimental que la Convención puede engendrar cualquier cosa e, incluso, vulnerar las normas constitucionales que le han encomendado un mandato preciso y determinado: redactar una nueva Constitución.

Por lo anterior, en la elección del 21 de noviembre no solo se elige al nuevo Presidente, sino que se juegan dos modelos de país para las generaciones futuras: uno subyugado a las políticas de la ONU y a sus experimentos, y otro libre y soberano, pero respetuoso del derecho internacional. Chile no es país para experimentos.

por fernán rioseco

académico filosofía uv