¿Qué pasó con la educación?
La polémica en torno al futuro de los liceos Bicentenario revela la falta de claridad del Gobierno en un tema que era su punta de lanza.
En mayo de 2016, el sociólogo Miguel Ernesto Crispi Serrano, fundador en ese momento de un movimiento con aspiraciones de ser partido, enviaba una carta a la ministra de Educación, Adriana Delpiano, explicando su renuncia a la cartera en la cual era un asesor clave para materializar la ambiciosa reforma educativa que impulsaba el gobierno de Michelle Bachelet. "Considero pertinente no continuar en dicha función en un contexto en el que Revolución Democrática ha decidido colectivamente construir una alternativa política distinta (…) y empujar la construcción de un Frente Amplio que sea capaz de profundizar las transformaciones que Chile necesita", decía el mensaje. Junto a dirigentes como Gabriel Boric, Giorgio Jackson, Camila Vallejo y Karol Cariola, Crispi había alcanzado notoriedad en las movilizaciones de 2011, cuyo logro más relevante fue poner la Educación al centro del debate nacional y al lucro como el pecado original de un sistema que, a sus ojos, requería un cambio desde sus cimientos. Seis años después, ya instalados en el Gobierno, Crispi y los suyos ha debido moderar sus ánimos transformadores y la Educación está lejos de concitar su fervor y esfuerzo de antaño. Un ejemplo de aquello es que ayer, el actual ministro de Educación, Marco Antonio Ávila, tuvo que salir a justificar en qué consistía la rebaja de 32% en el presupuesto del programa Liceos Bicentenario -plan emblemático del primer gobierno de Sebastián Piñera-, dando a entender que la merma no era ni dramática ni definitiva. Sin embargo, faltó una explicación más precisa sobre cuál será el futuro de un proyecto educativo que ha sido destacado por los alcaldes de las comunas beneficiadas, no solo porque permite allegar recursos específicos para mejorar la calidad del aprendizaje, sino también porque mantiene el mérito académico del alumno y el esfuerzo de su familia como bases del éxito estudiantil. Como bien dicen en la edición de hoy Marcela Lara, directora de la Escuela de Educación de la UVM, y Carmen Montecinos, del Centro de Liderazgo para la Mejora Escolar PUCV, el desafío del Estado debería ser replicar la fórmula y consolidar los incentivos educativos que ha sido capaz de crear. Nada de eso asoma en las palabras del ministro Ávila. A contrapelo del buen andar que presentan los liceos Bicentenario -en la Región hay 27-, la implementación de los Servicios Locales de Educación Pública (SLEP) en comunas como Valparaíso, ha sido deficiente, al punto que el propio Gobierno ha planteado atrasar la puesta en marcha del sistema en otras partes del país, aunque, otra vez, sin un lineamiento de largo plazo que pueda hacerse cargo de los problemas y plantear una perspectiva de futuro. En tanto, los rectores universitarios ya plantearon sus dudas ante un presupuesto 2023 que propone un incremento insuficiente de los aportes basales y de aquellos que financian la gratuidad -la punta de lanza que allá, en el lejano 2011, subió a un grupo de dirigentes universitarios al carro del éxito político-, porque fueron estimados por debajo de las proyecciones de inflación. Entonces, ¿qué pasa con la Educación, que parece anclada a los problemas de siempre? Pasa que la generación de jóvenes líderes en el Gobierno no ha podido trazar en este tema una ruta clara y ambiciosa, capaz de tranquilizar a las familias y entusiasmar a los especialistas. No es chico el problema cuando de él depende el futuro de cientos de miles de estudiantes.