Propuesta de nuevo consenso elitario
Refundar la política, como bien decía Marcelo Mellado, es algo rasca, indecente y aburrido. La Región de Valparaíso ya no está para ello.
En el principio estaba la Revuelta, escribió Jaime Bassa en agosto del año 2021 en una comentada columna en Le Monde Diplomatique (la mayúscula de Revuelta es suya). En corto, el abogado daba cuenta de que el 18 de octubre fue la gloriosa aparición del pueblo reclamando su lugar, en tanto titular originario del poder político, e iniciando un proceso de cambios irreversibles.
Era, agregaba Bassa, la ruptura final con el dominio político de las elites y suponía, -ahora sí, al fin- la lápida a la mal llamada transición, que no era más que un acuerdo espurio de unos pocos sobre el silencio forzado de otros muchos, como bien lo denunciara Tomás Moulian a fines de los noventa al definir el consenso como aquella "etapa superior del olvido". Ahora Bassa establecía la fractura sin vuelta atrás del orden constitucional neoliberal subsidiario y oligárquico y del consenso elitario de esta democracia de baja intensidad. Era el despertar de esa pesadillesca larga noche neoliberal, como la llamara el ecuatoriano Rafael Correa en la Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado de 2007 en Huechuraba, coincidentemente la misma del ¿por qué no te callas? del rey Juan Carlos I a Hugo Chávez.
El consenso elitario al cual hoy el gobernador regional Rodrigo Mundaca dice no querer pertenecer es básicamente hijo del mismo que atormentaba a Moulian en los noventa y de los ya legendarios informes de desarrollo humano del PNUD (Las paradojas de la modernización, La gente quiere cambios), que generaran réplicas del alma tecnocrática del gobierno de Frei Ruiz-Tagle (Brunner, Aninat y otros, La fuerza de nuestras ideas) y contrarréplicas desde el hemisferio izquierdo concertacionista (Valdés, Lahera, Carmen Frei y otros, La gente tiene razón). La escalada de manifiestos acabó, cómo no, en un quiebre interno, que la historia bautizaría como esa aguda controversia entre autoflagelantes y autocomplacientes que nunca llegó a resolverse.
La revuelta fundacional a la que alude Bassa, sin embargo, es un mero y burdo intento de una nueva elite por borrar de un plumazo el pecado original. En los dichos en Twitch de Giorgio Jackson que tanto molestaron a los guaripolas de los treinta años ("Nuestra escala de valores y principios en torno a la política no solo dista del gobierno anterior, sino que creo que frente a una generación que nos antecedió, que podía estar identificada con el mismo rango de espectro político"); las publicaciones en Instagram del embajador en España; o en los repudiables actos de transfobia, antisemitismo y desvergonzadas contrataciones de parejas y amigos en Viña, solo subyace el germen de un nuevo consenso elitario. Pero, como diría Marcelo Mellado, es un gesto aún más rasca, indecente y aburrido que todos los que le precedieron.
Finalmente, ya lo dijo el no vidente Homero, todo es una búsqueda. Está la de Jorge Sharp, acaso la más sofisticada en términos políticos, intentando hallar en Máximo Kirchner, Axel Kicillof o La Cámpora aquello que ni siquiera sabe si alguna vez perdió. Está la de Ripamonti, quien tarde o temprano entenderá que su única salvación es deshacerse de todos los lastres que le han cargado en la hoy Ilustre Municipalidad de Brito del Mar. Y está la de Mundaca, quien entendió que las antípodas de esta Región no son otras que el asfixiante centralismo, la inacción, la mezquindad parlamentaria vestida de humita, los illuminati de "Repulsión Democrática", como apodan al partido de Latorre, y esa especie de síndrome de Estocolmo que, cual contagiosa pandemia, ya ha capturado a muchos (el exintendente Jorge Martínez, el ministro Juan Carlos García), quienes se decían y juraban regionalistas. Tal sería nuestro nuevo consenso elitario.