RELOJ DE ARENA Historias de dos viejas plazas
Feria del libro en la plaza de Quillota. No es de grandes dimensiones, pero pone la cultura al alcance de la mano… Y del bolsillo. Al paso. Entre los muchos libros que se presentan está uno sobre la historia de la ciudad. Es una ambiciosa obra de Roberto Silva, director del diario "El Observador", que debe culminar en cuatro o cinco tomos. Por ahora hay uno ya editado que retrocede 40 mil años en el tiempo.
Largo e incesante viaje. Conversamos con el autor y con Piero Castagneto, investigador acucioso también, quien presentó allí uno de sus últimos libros sobre el Valparaíso cotidiano. Interesante y en un solo tomo.
Hermosa y bien tenida la plaza de Quillota que, afortunadamente, no ha corrido la suerte de la Plaza de Armas de Santiago, el "kilómetro cero" del país copado por incivilidades, pese a muy buenas intenciones y declaraciones.
Buena sombra dan los árboles en la plaza Quillotana. Uno de esos quioscos típicos de las plazas chilenas se abre desde años, décadas como un espacio para la música.
Vespaciana
En su parte inferior, con una puerta algo discreta, una vespasiana. En su interior, bien tenidos servicios que contrastan con los de otras ciudades que es mejor olvidar. En uno de los muros exteriores se leen los nombres de los autores de la iniciativa, espacio para la cultura y las humanas necesidades.
En esta última materia recordamos un filme francés de los años 50 del siglo pasado "Los líos de Clochemerle", que presenta el debate y la inauguración oficial de un urinario en un pueblo provinciano, donde el papel principal lo tiene Fernandel, el mismo popularizado también hace años por su personaje Don Camilo, un párroco que amparaba a la resistencia contra el fascismo en Italia. Compartía el peligro con los comunistas, pero desde el púlpito invitaba a votar por candidatos que fueran demócratas y a la vez cristianos. No había donde perderse.
El tema de la inauguración oficial de un urinario, con su uso incluido, se convirtió en una exitosa película.
Esto de las humanas funciones biológicas fue asumido por el progresista intendente de Valparaíso Francisco Echaurren Huidobro, quien dispuso instalar letrinas públicas para los trabajadores portuarios en el malecón. De uso obligado, fueron bautizadas popularmente como "chaurrinas". Ni pensar en el impacto ambiental. Se vaciaban directamente en las azules aguas de la bahía.
Mucha historia
Pero volvamos a la plaza de Quillota con su feria y su grato ambiente. Hay allí mucha historia. Relata Vicuña Mackenna en su obra "De Valparaíso a Santiago", entretenido recorrido a lo largo de la vía férrea, que a fines del siglo XVIII un capitán de buque trajo desde Perú al marqués de Pica, Santiago Irarrázaval, un pequeño arbolito. Un chirimoyo recién nacido. Fue plantado en una casa frente a la actual plaza. El arbolito, bien regado, creció y comenzó a dar exquisitos frutos.
En vista del éxito, se plantaron brotes en otras quintas, especialmente debido al alto precio que alcanzaron los maravillosos frutos, las chirimoyas.
Escribe Vicuña Mackenna que en 1812, de acuerdo a la versión de un respetable anciano de Quillota, cada chirimoya se vendía en doce pesos, "que era lo que valía entonces una yunta de bueyes". ¿Exageración? Las demandas de la buena mesa dan para mucho, pero no hay que olvidar que la gula es un pecado.
Hoy las chirimoyas son caras, pero no dan para una yunta de bueyes, ni siquiera para una bicicleta. En cuanto a la delicia del fruto, un señor británico, nacido en Chile, que ha recorrido en labores diplomáticas casi todo el mundo, me contaba que a su juicio la chirimoya de Quillota es la mejor fruta que ha comido en su vida.
Y entrando justamente a vía internacional, sin ofender a nadie, debemos afirmar que siendo Perú país de origen de la chirimoya, de acuerdo a la versión de don Benjamín, las de ese país no alcanzan la calidad de las quillotanas. No sigamos, pues podemos entrar en el viejo tema del pisco.
Amarga historia
Pero la plaza tiene de dulce y de agraz.
A principios de junio de 1837 se habían concentrado en Quillota las tropas que debían embarcarse luego en Valparaíso en la expedición contra la Confederación Perú-Boliviana. Afirma Vicuña Mackenna que se había elegido ese lugar "a causa de la sanidad de su clima". Importante en esos tiempos de enfermedades diversas y epidemias que derrotaban a las fuerzas antes de entrar en batalla.
Fue el domingo 4 de junio cuando durante una presentación las fuerzas en la plaza las tropas realizan extrañas evoluciones.
Miran las maniobras Diego Portales y su estado mayor. Citamos de nuevo a don Benjamín:
"- ¡Extraña maniobra! Exclamó Portales palideciendo un tanto.
-No señor, le contestó su ayudante Necochea, no es una maniobra, es un motín".
Se inicia ahí el drama. Portales es apresado y fuertemente engrillado y recluido en una celda del entonces convento jesuita, aledaño a la plaza.
Se iniciaría así el vía crucis del ministro de hierro que culminaría con su asesinato en los altos de Placeres en la madrugada del martes 6 de ese mismo mes de junio.
Las fuerzas sublevadas son controladas y los líderes del motín apresados y sometidos a proceso. Rápida la justicia condena a muerte a los 8 principales implicados en el motín y posterior asesinato.
Los implicados fueron recluidos en el bergantín "Teodoro", fondeado en la bahía de Valparaíso, y desde allí posteriormente desembarcados y conducidos en una carreta, en medio de multitudes silenciosas, hasta la Plaza de Orrego, donde serían fusilados. Escenas de dolor protagonizadas por esposas, amigas y parientes de los condenados en el largo trayecto desde el desembarcadero en el sector de lo que es actualmente el Muelle Prat hasta la Plaza de Orrego, hoy Plaza Victoria, llamada así por un cura Orrego que tenía ahí su casa.
La plaza era un basural rodeado de ranchos y con una miserable fonda. Era algo así como el límite entre el Valparaíso urbano y El Almendral, un barrio rural con numerosas quintas.
Allí se cumplió la sentencia el miércoles 4 de julio con una nota de barbarie, propia de esos años en que la guillotina cumplía su letal función en la culta Francia. Se le cortó la cabeza al cadáver del coronel José Vidaurre y el brazo derecho al cuerpo del capitán Santiago Florín.
La cabeza de Vidaurre sería exhibida en la plaza de Quillota clavada en una alta pica y el brazo de Florín en el lugar donde fue ultimado Portales. Un desconocido la retiró una noche, dando término a la siniestra escena.
Portales es recordado con un monolito en el lugar de su sacrificio dispuesto por la Municipalidad el 9 de julio de 1837, disposición cumplida solo en 1919 con una obra en cuyos costados hay relieves de Virginio Arias.
Historias de dos plazas, escenarios de los días turbulentos que terminaron con el ministro que tenía como meta ordenar a la naciente república.
Historias de dos plazas, escenarios de los días turbulentos que terminaron con el ministro que tenía como meta ordenar a la naciente república.