Los 20 años como Patrimonio Mundial
El aniversario por la inscripción de la ciudad en el listado de Unesco encuentra a Valparaíso en una encrucijada sobre la forma de avanzar.
Por ser un ejemplo notable del desarrollo urbano y arquitectónico de América Latina a finales del siglo XIX, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) declaró al casco histórico de Valparaíso como Sitio de Patrimonio Mundial, un 2 de julio de 2003, en París. Al contrario de lo que ocurre en otras designaciones, el legado patrimonial de la ciudad no surgió desde un hito monumental específico, sino de los avances industriales y urbanos que aparecen en el quehacer continuo y cotidiano de las actividades vinculadas a sus características portuarias. Valparaíso es digna de estar en el listado de Unesco, según consta en el expediente de nominación, porque su condición de primer puerto del Pacífico Sur transformó la ciudad en un testimonio excepcional del proceso de globalización mercantil que caracterizó la segunda mitad del S. XIX.
A veinte años de dicho reconocimiento, la calamitosa condición del barrio fundacional y el deterioro constante de aquellos elementos que ayudaron a la evaluación favorable de Unesco, como los ascensores porteños, son el reflejo más claro del fracaso contundente que ha tenido el Estado chileno en su intento por rescatar a Valparaíso de la miseria urbana. La tarea le ha quedado grande a todos y, salvo excepciones, como la notable labor de recuperación hecha por el DuocUC, la mayoría de los gobiernos, autoridades municipales y empresas con tradición porteña ha mirado para el lado ante la monumental tarea de sacar a la ciudad de su crisis permanente. La promesa inicial, de que el valor patrimonial permitiría a la ciudad obtener recursos nacionales y extranjeros para recuperar las zonas urbanas más dañadas por la falta de crecimiento, se diluyó rápidamente en figuras administrativas, estudios de prefactibilidad, compras de edificios y algunos proyectos que han demorado diez o quince años en concretarse. Peor aún, porque el patrimonio se convirtió en una controversia permanente sobre lo que debe o no debe hacerse en la ciudad; un obstáculo para la materialización de cualquier iniciativa que quiera inyectarle vitalidad a un Valparaíso que se encuentra fatalmente anclado a esa imagen de joya portuaria del Pacífico Sur de fines del siglo antepasado. Por ello, a dos décadas de la inscripción porteña en el listado de sitios del Patrimonio Mundial, cabe preguntarse si la ciudad quiere mantenerse suspendida en el tiempo y condenada al deterioro in aeternum, o si se atreverá a avanzar, por fin, en un mecanismo que le permita construir un futuro mejor para sus habitantes.