En el atardecer de la vida las intensidades de los colores existenciales se tornan más tenues. Las convicciones juveniles se aquietan y sólo se perciben las más profundas que, curiosamente, no hacen ruido, pero si trazan el camino.
Hace pocos días dejó este mundo el Padre Pepo; un revolucionario, como a él le gustaba decir. Pero si lo consideramos en relación a las enseñanzas y vida de Jesús, su revolución se enmarca en la del amor, esa que le hace bien al mundo y que nos ayuda a ser coherentes con nuestras convicciones, comprometiéndonos con el resto de las personas y la creación entera.
Una vida evangélica, según el plan de Dios, siempre es un signo de contradicción: desafía el establishment, cuestiona las certezas y debilita las aparentes seguridades. Fue la acción del Espíritu que movió al Padre Pepo a considerar el valor del ser humano como una ocasión de encuentro con Cristo encarnado; me atrevería a afirmar que es este el fundamento desde donde podemos comprender su existencia. Su irrestricta defensa a los derechos humanos, su compromiso social innegable y su entrega encomiable en la dimensión personal y pastoral siempre tuvieron al ser humano al centro de su atención.
En la vida espiritual del Padre Pepo, Cristo crucificado ocupaba un especial lugar. Ofreció sus dolores e incomodidades por un mundo mejor, en conexión con los dolores de Jesús en la cruz. A él le gustaba repetir: "Pobrecitos, sólo tienen dinero", para aludir a quienes se encerraban en sus posesiones y rechazaban a quienes cargaban con sus cruces cada día. En su riqueza de desprendimiento y en su seguridad de vulnerabilidad descubrió que toda debilidad ofrecida a Dios con amor es fortaleza que permite vivir libre y feliz en medio de la adversidad.
Si tuviera que elegir una faceta del Padre Pepo, me quedaría con la de su amor profundo y martirial a Jesús, y en él, a todas las personas, especialmente las más pobres y necesitadas. Su humor esculpido con fina ironía no dio paso a posibles rencores que eclipsan la vida; más aún, él nunca tuvo deseos de venganza contra quienes lo torturaron. Éste, ya no será sólo el lugar de la pasión y muerte, sino que se transformará eminentemente en espacio de resurrección. Y es esta nueva vida la que esperamos para él, sabiendo que si vivimos, vivimos para el Señor, y su morimos, morimos para el Señor; así es que tanto en la vida como en la muerte somos del Señor (cf. Romanos 14,7-9).
Padre Pepo, lo encontraremos en cada eucaristía que celebraremos, en el hermano necesitado que veamos, en cada sufrimiento que entreguemos. No lo percibo muerto, sino vivo en el Dios que le dio la vida para darla, tal como lo ha hecho por su paso en esta tierra. Percibimos que su convicción existencial fue encontrarse con Jesús en la tierra, sea en la eucaristía, en la palabra de Dios, como también en los necesitados de cada día. Hoy su convicción es realidad de resurrección; hoy más que nunca, la vida vence la muerte; hoy tenemos alegría de resurrección… ¡Ahora, esa es nuestra convicción!
Pbro. Gonzalo Bravo
Párroco de la iglesia La Matriz