No te transformes en víctima
Joaquín García-Huidobro
El otro día conversaba con unos alumnos de primer año de universidad. Eran buenos estudiantes, que habían obtenido altos puntajes en la PAES. Les planteé un tema doloroso: "¿son conscientes de que, como consecuencia de la pandemia, ustedes han sufrido un daño cultural severo?" Estuvieron de acuerdo.
No es grato decirlo, pero es cuestión de comparar cómo escribían los estudiantes hace tres años y la forma en que lo hacen ellos. La diferencia es notoria. En todo caso, mi interés no es mostrarte esa cosa obvia, sino tratar una cuestión mucho más importante: ¿qué vas a hacer para remediar esas deficiencias?
Las posibilidades son muchas. La primera de ella es considerarte una víctima, amargarte la vida y no hacer nada. Otra es llenarte de rencor contra todo lo que existe, ponerte un overol blanco, destruir lo que sea, lanzar bombas molotov a los carabineros, y empeñarte en que muchos otros se hundan contigo.
Cabe también que, lleno de furia, arremetas contra el presidente del Colegio de profesores, que se opuso tenazmente a la reapertura de las escuelas. Con la intención de cuidar tu salud te produjo un daño gravísimo; y no solo a ti, sino a una multitud de niños pequeños a una edad en que los efectos son difícilmente reparables. Se escudó en lo que sucedía en otros países, sin atender a que el proceso de vacunación del gobierno de Piñera fue infinitamente más rápido y eficiente que el de Argentina, España, Bolivia, Francia, Ecuador o Alemania. Las situaciones no eran comparables.
Ahora bien, ninguna de esas actitudes compensa mínimamente el hecho de que has sufrido un daño cultural severo. Ante él surge una pregunta elemental: ¿qué vas a hacer? ¿Vas a esperar que tu problema lo resuelva el gobierno? Yo no depositaría ahí mis esperanzas. ¿Las universidades? Ellas hacen lo que pueden, pero me temo que muchas están tentadas a bajar el nivel para evitar que fracases. En algunas, ya hay fuertes presiones de parte de los estudiantes para protestar porque tienen que leer demasiado o porque algunos profesores son excesivamente exigentes. Eso es una locura.
Yo no me dejaría operar por un médico o atender por un abogado que pidió estudiar poco. Me aterraría encontrarme en un terremoto en el décimo piso de un edificio construido por profesionales que estudiaron en universidades tan comprensivas que ajustaron sus exigencias para que ellos no lo pasaran mal.
Hoy te quiero sugerir simplemente una cosa: que tengas en cuenta que otras generaciones han pasado por tu situación y han salido adelante. Piensa en las personas que vivieron durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) o en la Guerra Civil española (1936-1939). Ellas estuvieron en una situación mucho más difícil que la tuya y, sin embargo, salieron adelante. Tuve la oportunidad de conocer a un buen número de ellas y era gente increíble. Muchos de ellos, además, habían perdido a sus padres en el campo de batalla.
¿Cómo lo hicieron? Se mataron estudiando y en un par de años habían compensado todo lo que habían perdido. Te diría más: quedaron en mejores condiciones que sus coetáneos de los países que no habían experimentado esas terribles dificultades. En efecto, el esfuerzo por enfrentar la adversidad los hizo madurar, sacar unas fuerzas y desarrollar talentos que no sabían que tenían. Tuve profesores en Alemania que habían retomado sus estudios en edificios semiarruinados. Después de clases, tenían que dedicar tiempo no solo a estudiar, sino también a remover escombros.
Recuerdo haber escuchado una conferencia de Odo Marquard, un famoso filósofo, en el Schloss, el magnífico palacio que alberga la casa central de la Universidad de Münster. Al comenzar, dijo que estaba muy contento de estar de nuevo allí, donde había estudiado. Sonriendo, dijo que había trabajado mucho en ese edificio: le había tocado participar en la reconstrucción del baño de mujeres, que había sido demolido por las bombas.
Te aseguro que ninguna de esas personas se consideró una víctima. Ellos pudieron salir adelante, te propongo que hagas lo mismo.