APUNTES DESDE LA CABAÑA El mito del "espontáneo repudio popular"
POR ROBERTO AMPUERO ESCRITOR, EXCANCILLER, EXMINISTRO DE CULTURA Y EXEMBAJADOR EN ESPAÑA Y MÉXICO ESCRITOR, EXCANCILLER, EXMINISTRO DE CULTURA Y EXEMBAJADOR EN ESPAÑA Y MÉXICO
LLegaron ante su residencia, instalaron lienzos que decían "Sobrevivientes del terrorismo de estado" y "Los ojos del pueblo te condenan", y pintaron en el suelo "Micco asesino".
Esto no ocurrió en La Habana de los Castro, ni en la Caracas de Maduro ni en la Managua de Ortega, sino en Santiago. Sí, en nuestro país. El acto de "repudio popular", propio de las dictaduras más siniestras, fue montado este viernes por sujetos anónimos en contra del exdirector del Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH), Sergio Micco. Su delito: haberse negado a endosar las mentiras que lanzó la izquierda radical durante el estallido de octubre de 2019 con el fin de azuzar más los odios y la destrucción y lograr la caída del gobierno de Sebastián Piñera.
No es la primera vez que Micco, a quien celebro su coraje cívico, sufre esta flagrante violación de sus derechos a manos de la izquierda totalitaria. Hace poco enfrentó otra. Tuvo lugar en la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, casa del humanista Andrés Bello y de destacados políticos que se titularon allí de abogados. ¿La razón? "Los dueños de la verdad" no querían que hablara allí, aunque había sido invitado por un académico. Desde hace tiempo Micco sufre la intimidación sicológica y la cobarde amenaza con la que sujetos, que se erigen en jueces y gendarmes ideológicos, tratan de estigmatizar y callar a quienes piensan diferente.
No hace mucho el intelectual Cristián Warnken sufrió lo mismo por discrepar de posiciones políticas extremas y elaborar una de centro, democrática y social, coherente con sus convicciones y discurso, que representa a un amplio segmento de la población. Hay que reflexionar sobre el daño que causa en una persona y su familia el verse de pronto asediado por sujetos o turbas irracionales en la puerta misma de casa o cuando se va al trabajo, se sale a pasear o escribe en las redes sociales. Estas "funas", manejadas desde el anonimato, siguen activas en Chile, y la izquierda dura sin condenarlas. Esta grave deriva que erosiona aun más nuestra debilitada democracia y convivencia cívica debe impulsarnos a condenarla sin tapujos. Sabemos cómo comienza, pero no cómo termina. Hoy además es gravísimo tachar públicamente a alguien de "asesino" en Chile pues aquí campean la criminalidad y el sicariato, y en América Latina -bajo ciertas circunstancias- surge una maquiavélica complicidad entre narcotráfico, sicariato y política. Urge que La Moneda, ágil en condenar situaciones allende nuestras fronteras, condene las "funas" que ocurren bajo su nariz.
Una de las inspiraciones regionales de las "funas" emanan de la Cuba castrista, que sólo trascendieron al exterior en los ochenta, cuando el régimen las legitimó denominándolas "actos de repudio popular". Es supuestamente "el pueblo" que de modo "espontáneo" expresa su ira contra los mal agradecidos que -tras ser alimentados, educados y empleados por el estado socialista- se vuelven "desafectos" a la dictadura. Los conceptos claves son "el pueblo" (reforzado por la policía política), "la espontaneidad" (organizada por el partido) y "la ira" (dirigida contra "los malagradecidos"). La artista cubana Tania Bruguera describe uno de los "actos de repudio" que sufrió: "Eran varias decenas. Primero se lanzaron a quitarnos los teléfonos. Luego nos empezaron a golpear, a zarandear, a mí me jalaron por los pelos. Me gritaban mercenaria, gusana, perra. También gritaban viva Fidel y cantaban el himno nacional". Hoy las "funas" en Cuba no sólo tienen lugar ante la casa o el trabajo de la víctima, sino también en el aeropuerto, si ella consigue visa para dejar la isla. El eximio compositor -y hasta hoy oficialista- Silvio Rodríguez aparece en una red social reconociendo que en los ochenta asistió obligado a un acto de repudio callejero contra un colega.
Ese modelo cubano también prendió en la Nicaragua sandinista, donde el ministro del interior, comandante Tomás Borge, denominó "turbas divinas" a quienes luchaban contra "los traidores a la patria". Impusieron el terror al igual que las turbas venezolanas en motos, que reprimieron la resistencia democrática el decenio pasado. El objetivo siempre consiste en estigmatizar, intimidar y marcar a los "traidores a la causa". Es un modo de dividir, fichar al enemigo y chantajear al indeciso. También existió en países fascistas y comunistas europeos, pero esta columna tiene un espacio limitado.
La funa está emparentada a su vez con la política de cancelación en la cultura y la exclusión de autores y obras en las universidades, con activistas que re-escriben o eliminan libros y derribaban estatuas, con académicos y críticos literarios que enseñan a autores que calzan con su propia ideología y silencian a quienes no. Tuve un colega especializado en literatura latinoamericana en EEUU que se ufanaba de no enseñar al Nobel Mario Vargas Llosa. Esa es la cancelación cultural: marginar y borrar de los currículums y del canon a artistas que discrepan de postulados elevados a dogma y acusarlos de políticamente incorrectos. Vargas Llosa dice que "lo políticamente correcto es la muerte de la literatura", por cierto. En este sentido son impactantes las actuales denuncias en EEUU contra la política universitaria de cancelación en las humanidades, y es probable que dicha ola crítica llegue pronto a otros continentes.
Si la izquierda dura actúa así cuando no dispone de todo el poder, conviene preguntarse cómo actuaría si lo alcanzara. Al menos vemos cómo celebra a camaradas que sí lo han alcanzado: no condena la censura en dictaduras de izquierda. Debemos parar el avance de la intolerancia. Y es posible. Durante la campaña del plebiscito anterior una diputada comunista llamó a "marcar las casas" de quienes apoyaban su opción, lo que su partido se vio obligado a bajar por oler en exceso a la fétida sustancia con que los nazis marcaron las casas y tiendas de los judíos para ubicarlos, enviarlos a campos de concentración y exterminarlos. Los demócratas de todo color debemos elevar la voz para detener la tóxica y violenta intolerancia. "Lo único necesario para que triunfe el mal es que los hombres buenos no hagan nada", escribió en el siglo XVIII Edmund Burke, padre del liberalismo conservador británico.